Como en un día cualquiera de abril, un abril lluvioso, pero no tanto como para parecen un noviembre, el primer día de la semana -o el último talvez- fué un día de improvista visita a uno de ésos lugares que no tolero demasiado, dónde la muerte es el centro de atención y se desvían los ojos al misterio que encierra un "después de..."
Y contemplando, no aquel misterio, sino el reloj para calcular el tiempo tolerable en aquel lugar, noté un rostro triste.
Por lo general, hay muchos allí; es un lugar que encierra tristezas, traumas, pesares, infelicidades y, en algunas ocasiones, alegrías; pero nunca me había detenido a observar uno de esos rostros contrariados, nisiquiera el mío propio, porque es precisamente el momento más vulnerable para un ser human, que se desahoga en lágrimas nacientes del nudo de la garganta; donde el rostro no alcanza para demostrar el dolor del alma, del corazón.
Por lo general, hay muchos allí; es un lugar que encierra tristezas, traumas, pesares, infelicidades y, en algunas ocasiones, alegrías; pero nunca me había detenido a observar uno de esos rostros contrariados, nisiquiera el mío propio, porque es precisamente el momento más vulnerable para un ser human, que se desahoga en lágrimas nacientes del nudo de la garganta; donde el rostro no alcanza para demostrar el dolor del alma, del corazón.
A todos les toca la muerte, propia o ajena.
La muerte tiene la capacidad de enterrar y atravezar el corazón humano con su huesudo dedo. De rasgar y remover todo pensamiento de esperanza, de traerte a la realidad de que sólo se necesita estar vivo para morir.
Aquí huele a flores, pero no a lo que por lo general huelen las flores. Es como si todos ésos arreglos y ramos conocieran el porqué están allí. Su aroma cambia. No huele a aquellos elegantes ramos en una recepción, o de aquellos que damos en el Día de las Madres, en un cumpleaños o en un aniversario. Pueden ser incluso las mismas flores, el mismo arreglo, el mismo moño, pero su olor, su aspecto se entristece en aquel lugar.
Nada aquí se ve con vida, excepto nosotros mismos.
Es fácil ver los ojos sin luz detrás de los lentes oscuros, e incluso sin ellos. Donde la única esperanza es vivir bien, tener fé y confiar en que Dios, el Dios amoroso que nos dan a conocer, nos tenga en cuenta para los últimos momentos.
Pero, volvamos a aquel rostro. No estaba sólo triste, tambíen se veía la nostalgia en sus rasgos, la melancolía. Su mirada recordaba, repasaba y se aferraba a aquellos momentos de alegría, momentos invaluables que no se repetirán. Quizá nisiquiera eran los momentos, era con quienes los vivió.
Era un rostro joven, que se distraía fácil y totalmente de lo que hablaba el Sacerdote dentro de la capilla, al igual que yo, estaba escudriñando cada centímetro de aquella realidad. Era un rostro bonito, detrás de tanta tristeza había una belleza minimizada.
Es increíble la reaccion del cuerpo a tal vulnerabilidad y tristeza. Donde, es imposible ocultarlo, donde así sea por pocos gestos, la tristeza fluye. Incluso es mucho más notorio en un rostro femenino, sabiendo que los hombres no son insensibles.
¿Para qué vivir si de todas maneras vamos a morir? Si ésto fuera así, entonces ¿para qué naciste? ¿acaso moriste en el momento del parto? Hay casos, no lo voy a negar. Pero eso no lo determinamos nosotros, Nisiquiera Dios lo determina. Por que la Muerte es la ley natural, de la que nadie escapa, es el peaje que nos cobran por vivir. Pero es nuestra vida lo que le da valor a la muerte. Por que después de morir quedan los recuerdos, y debemos hacer que esos recuerdos sean para quienes quedan, recuerdos invaluables, perdurables, perfectos y hermosos... Es nuestro legado y de allí aprenderan muchos...
| Vida que vive, mientras morimos Amando. |
| Aquellos que viven para siempre son aquellos que aunque mueren, se mantienen vivos en nuestra memoria. |
| La gratitud es la Memoria del Corazón |
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