(...)"Si tan sólo pudiera pensarlo una vez más. He de intentarlo. He de tratar hacerlo. ¡PIENSA!"
Hablaba en la oscuridad de su pequeña estancia. Un cuarto, tres paredes, una reja, un techo bajo y un piso frío. Un baño, un grifo. Una cama de poco ancho, eso no era una cama. Una almohada vieja y sucia; allí no habían muchas sirvientas.
Debajo de lo que debía ser un colchón, con un espesor de nueve milímetros, algo de ropa en un montón, que servía mejor de almohada que de cualquier otra cosa.
Al lado de la "almohada", en una de las tres paredes, tenía una foto. Una foto muy vieja, que nisiquiera era de él. Era del que estaba allí antes. Estaba pegada con su propio recuerdo, por que no le quedó nada más. Por éso dejó de pensar.
Quienes siempre estuvieron a su lado, "¿qué será de ellos? ¿recordarán así como lo hago yo?" Pero la idea de la muerte era más que segura. Ya no era una idea, era una total realidad. Cada día sentía más su soledad y no podía seguir ocultándola. Y fueron ésas tres paredes las testigas de tal desahogo.
Con un clavo un tanto oxidado que ya no sostenía evidentemente el grifo, comenzó a copiar en un pequeño pedazo de pared una historia. No su historia, sino una historia. Quizá como el relato que aún escribo.
Sin personajes, ni tiempos, ni espacios, ni realidades ni comparaciones. Sólo una historia.
Hablaba de lo que era la vida, la muerte, el amor y el odio. Hablaba de la pasión como expresión extrema y externa de aquello que no se puede ocultar más. Y siguió, y siguió, y siguió.
Luego de casi dos días -incluyendo noches- de estar escribiendo, sintió hambre. Y notó que no había recibido su "comida", practicamente eso no era comida. Ya había aprendido a tragarla entera, ni intentar saborearla porque el veneno sicológico de ése sabor sería intoxicante. Sólo la tragaba y sabía que así se mantendría vivo.
Notó algo más; la cerradura de la reja no estaba bien cerrada. Podría ser una trampa.
Tuvo que decidir, entre intentar escapar y cerrarla de nuevo en acto de "honestidad". ¿Honestidad? Eso es aquel lugar no existía. "¡A la mierda con la honestidad!" exclamó para sí. Se levantó, recogió sus trebejos, los pocos que tenía, y cuando salía recordó aquella foto. Intentó despegarla pero por poco la rompe por la mitad, así que decidió dejarla. No olvidaría ésos rostros desconocidos que lo alentaron a seguir vivo, a recordar.
Cuidadosamente, como si se tratara de curar a un niño pequeño, corrió la reja sin mucho estruendo. Escuchó detenidamente por si alguien se acercaba. No venía nadie. Luego, echó una mirada a las otras "suites", como les decían los "invitados", pero tampoco había nadie.
Fué corriendo otro tanto la reja, hasta que fué preciso el espacio para salir. Igual, no era tan robusto como para no pasar por ése espacio.
Miró a ambos lados del amplio corredor. Nadie. Se dirigió a la salida que quedaba a mano izquierda. Con muchísimo cuidado.
Su corazón latía más fuerte que nunca. Era la adrenalina de saber que podría salir de ése lugar, o de ser atrapado y asesinado en el intento.
Cualquiera de las dos opciones le gustaban.
Se detuvo a unos centímetros de la ultima puerta, una pesada puerta de metal, oxidado en algunos lugares -la humedad en aquel lugar era espantosa-, que también estaba ajustada.
Aunque no creía mucho en Dios, sabía que era mejor prevenir por si las moscas. Se persignó como su madre le había enseñado cuando salía para la escuela. Intentó decir algun rezo pero desistió. No debía perder tiempo. Así que simplemente dijo: "Dios, sacáme de ésta." Y abrió la puerta...
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